domingo, 23 de octubre de 2011

Ni el método ni la metodología

Quisiera olvidar que soy profesora de lenguas cada vez que entro en un centro de idiomas y me propongo aprender uno nuevo o mejorar en alguno de los que ya he empezado. Sufro. Sufro cuando veo cómo se pierden oportunidades de aprendizaje o cómo enfoques poco orientados a la acción ralentizan el proceso de aprendizaje. Y sobre todo, envidio al resto de mis compañeros por ver tan positivamente todo lo que se hace en clase y verle la utilidad.

Después de 10 horas de chino, puedo pedir un café pero todavía desconozco cómo decir mi nombre, a qué me dedico o cuántos años tengo. Sé cómo decir que mi madre está muy ocupada, pero no sé como dar los buenos días o cómo despedirme. ¡Una pena! Y eso pasa por tener un manual poco o nada orientado a la acción a pesar de estar lleno de “diálogos” (acompañados, por supuesto, de un vídeo en el que las actuaciones de los actores son muy naturales), y por tener un docente que sigue rígidamente el orden del manual. Y lo más curioso: se queja de que no le gusta el libro. ¿Y cómo así no se plantea cambiar el orden de las actividades? ¿Adaptarlas? Siempre he sido partidaria del trabajo con manual. Da seguridad a un alumno, marca la línea del curso, pero caemos en un grave error cuando pasamos a ser esclavos del mismo y, sobre todo, cuando somos incapaces de alternar las actividades conforme a las necesidades que tengamos. De ahí que, en la clase de chino, cinco minutos los dediquemos a fonética (puesto que en las páginas impares tenemos fonética), y los cinco siguientes estemos haciendo gramática (que viene en las páginas pares) Y así, sucesivamente. Total, un caos.

Quizá sea una maniática de la contextualización, pero me parece fundamental, así que concebir que cada cinco minutos se cambia de actividad, sin seguir una línea concreta, un objetivo concreto, me desorienta. ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy aprendiendo? Ante esta forma de trabajar, lo único que me ayuda es llegar a casa e intentar organizarme los apuntos conforme a una lógica (no siempre comunicativa, por desgracia), que me ayude. Pero ahí el trabajo le corresponde, también en parte, al profesor. Me doy cuenta de lo importante que es tener una planificación bien hecha y saberla llevar a clase para garantizar un aprendizaje satisfactorio por parte del alumno.

De hecho, tal y como está planteado ahora el curso, admito que me genera cierto estrés hacer las actividades de chino en clase. Las de fonética, porque son listados y listados de palabras cuyo tono tengo que reconocer, pero cuyo significado desconozco. Aparecen sueltas, sin contextualizar, y si bien el objetivo es reconocer el tono, no me ayuda trabajar sin saber muy bien lo que estoy haciendo, lo que estoy diciendo. Bien podrían ser palabras que existen, o bien que no. Lo mismo me daría, pues todo me suena a chino, nunca mejor dicho.

Por si alguien no lo sabe, en chino, cada vocal tiene 4 tonos. Dejo aquí un link de material preparado por el Instituto Confucio para que podáis ver las diferencias:

Ir a PRONUNCIATON PRACTISE

Pulsar sobre cada vocal


Me pregunto si, en cualquier caso, no resultaría más efectivo trabajar el tono de las 10 palabras que han aparecido en la unidad y que son las que tengo que recordar esta semana. Otro aspecto que me angustia es el escuchar las pistas una única vez y sin pausas entre palabra y palabra. Siento que el oído me pide más. Quisiera volver a escucharlo para familiarizarme con estos tonos, con la pronunciación de estas palabra, que creo que es al fin y al cabo el propósito de todos estos ejercicios que estamos haciendo. Pero ahí es cuando la profesora comenta: “Bueno, no es necesario, es que esto es muy fácil”. ¿Fácil para quién?, me pregunto yo.

Algo similar ocurre con las actividades de gramática, que acabamos en cinco minutos porque “son muy fáciles”, “porque esta lección no es complicada”. Echo de menos el uso de la pizarra, que me expliquen, que me den tiempo para asimilar. Si ya antes intentaba que el momento de sistematización de conocimientos nuevos fuera escrito, pues según Olga Esteve ayuda a fijar, ahora más que nunca estoy convencida de ello. La pizarra es fundamental, así como el tiempo de asimilación. Que a mí me parezca fácil porque sé que hay cosas más complejas en mi lengua, no significa que lo sea para el alumno.

Pero me da la sensación que soy yo sola la que se queja. ¿Quizá porque soy consciente de que hay otras formas de hacerlo, de llegar mejor al alumno? Una de dos: o mi cabeza está saturadísima con información de otro tipo y no consigo concentrarme, o la gente se prepara las lecciones por adelantado. Si no, que me lo expliquen.

¿chino sí? ¿chino no?

Supongo que este es un debate candente. De hecho, siempre lo ha sido, por ejemplo, cuando lo hemos planteado en la sala de profes del IC de Belgrado al tratar el tema de la reflexión y la autonomía: ¿lo hacemos en lengua materna? ¿lo hacemos en la LE? Para gustos, colores. Yo siempre he creído que tiene que haber un espacio para la lengua materna en el aula de ELE. Puede que unos estudiantes la utilicen más, otros menos, pero me parece fundamental que se le de cabida sin penalizarla y que cada uno la vaya “abandonando” (si es que hay que abandonarla) a medida que se vaya sintiendo más seguro en la LE.

Todas estas reflexiones han vuelto a mi mente en días como estos en los que me planteo qué sería de mí si mi profesora de chino fuera una acérrima defensora del chino como lengua vehicular en el aula desde el primer día de A1. Sinceramente, creo que a estas alturas, tras solo 10 horas, me sentiría aún más frustrada de lo que me siento a veces. La mayoría de nuestros estudiantes serbios han tenido contacto previo con el español a través de la televisión, pero enfrentarse a una lengua por primera vez sin haber tenido contacto alguno, me parece complicado. Y creo que de lo que se trata en los primeros días es de hacer que el estudiante se sienta a gusto con la lengua y de que le pierda el miedo, que no se vea superado por ésta.

La cuestión es que ayer vimos los pronombres personales y agradezco no sólo que lo explicara en español, sino que los anotara en pinyin seguidos por los pictogramas correspondientes. No podía seguirle el ritmo, y eso que dejé los pictogramas sin copiar porque pensé que me iba a estresar menos si los buscaba en internet una vez que estaba en casa y los copiaba con tranquilidad. Inevitablemente, todo esto me lleva a pensar, ¿y cómo me hubiera sentido si, además de haber hecho toda la explicación en chino, también hubiera anotado en chino, y mediante pictogramas, toda la explicación gramatical, como habitualmente hacemos nosotros?

Sin haberlo reflexionado profundamente, y dejándome llevar por los primeros sentimientos que afloraron en mí en esos momentos, creo que es importante reivindicar, por una parte, el uso de la lengua materna en el aula siempre que el alumno lo necesite. Creo que cuanto más cómodo y relajado se sienta, antes se lanzará a utilizar la lengua extranjera, puesto que a eso viene, a aprender a comunicarse. Por otra, y contrariamente a lo que pensaba cuando aterricé en Belgrado, veo que no menos importante resulta que los profesores conozcamos la lengua materna del alumno u otra a través de la cual podamos comunicarnos, reflexionar, compartir,… De hecho, he de admitir que mis últimos años allí, en los que entendía sus reflexiones, he sentido que mi papel como profesora era mucho más fructífero que cuando me sentía perdida entre aquel barullo que me desconcertaba y en el que no podía guiar.

jueves, 20 de octubre de 2011

Aprender dos lenguas a la vez

Durante las últimas semanas, me he reservado un ratito cada noche para dedicarlo a hacer mi caligrafía china. Repito una y otra vez los pictogramas que me tocan para esa semana, siguiendo las indicaciones de páginas web como esta. Es importante, según Shin Yi, no solo saber escribirlos, sino saber cómo hacerlos; es decir, conocer el orden y la dirección de los trazos. A lo largo de estos días he visto como sí hay una lógica detrás: se escribe de arriba abajo y de derecha a izquierda. Imagino que si escribiera con pincel, sería importante también que unas partes aparecieran más marcadas que otras, pero ese matiz se pierde al escribir en bolígrafo. No obstante, me sigue costando tener controladas. Ayudan las líneas de los cuadritos de los cuadernos de caligrafía, pero la verdad es que parece más fácil de lo que es:



Tras tres semanas repitiendo, procedimiento que creo que solo utilicé con tanta frecuencia al comienzo de aprender lenguas, cuando estudiaba inglés y alemán, he visto que, para mí sorpresa, sí he aprendido. Por lo menos, un poquito. Esta sensación de sorpresa creo que viene dada por dos razones: pocas veces utilizo este procedimiento en mis clases de forma contextualizada (como de momento he estado aprendiendo chino, aunque esto da para un nuevo post), y porque cada noche, al acabar, estoy convencida de que al día siguiente seré capaz de acordarme de lo que he practicado la noche anterior. Desgraciadamente, no suele ser así: casi siempre he olvidado la dirección y el orden de los trazos. Y me desespero, lo admito. Sin embargo, la clase de este viernes comenzó con la proyección de diez pictogramas en la pizarra que teníamos que intentar reconocer. ¡Me sorprendí a mí misma cuando vi que sabía qué significaban 8 de ellos! Me gustó empezar así la sesión, fue como una inyección de energía.

Sin embargo, también me he dado cuenta de que aprender chino implica, a su vez, un esfuerzo doble. Es como aprender dos idiomas a la vez: por una parte, los pictogramas:


Por otra, el pinyin, el sistema de transcripción de los pictogramas que han desarrollado utilizando el alfabeto latino y sirviéndose del inglés y del latín. Ellos lo utilizan en sus primeros años de escolarización para aprender a leer los pictogramas, pero después ya lo abandonan y no vuelven a utilizarlo.


Hay escuelas de chino para extranjeros que únicamente enseñan pinyin en los primeros años e introducen los pictogramas más adelante. En el Confucio, abogan por introducir ambos sistemas desde el comienzo, y creo que es un acierto, aunque supongo que dependerá de cada uno y cuál sea el objetivo para el que aprende chino. Conozco a gente, por ejemplo, que al quererlo utilizar solo para comunicarse no está interesado en aprender los pictogramas. Yo, de momento, estoy interesada en aprender la lengua con fines generales, así que creo que me alegra haber comenzado integrando ambos sistemas.

Cuando veo el pinyin en el libro me resulta como una bocanada de aire fresco y me da siempre la sensación de que es algo cercano, algo que puedo entender, aunque en realidad no sea así. El origen de las palabras me queda muy lejano, soy incapaz de vincularlas a otra lengua que conozca (cosa que ya no me sucedería en una lengua romance o eslava), y también la forma de presentar la información. Pero supongo que compartir alfabeto significa ya mucho, por lo menos ahora al comienzo en lenguas y concepciones del mundo que distan tantísimo.


sábado, 8 de octubre de 2011

Primer contacto con el chino

Si me hubieran preguntando qué sé en chino, únicamente hubiera sabido responder: ni hao (hola), bu (no), y xiexie (gracias), que son las tres palabras que recuerdo de mi estancia en China.

La sesión de ayer fue superbonita. Me gustó cómo presentó Shi Yi, la profe, esta lengua. La describió no sólo como una lengua más, sino como un conjunto de arte, historia y música, y me encantó cómo lo justificó. Cada pictograma puede entenderse solo si se hace su recorrido histórico, si se relaciona el pasado con el presente de la historia de China. Copiaba las palabras de la pizarra y me daba la sensación de estar más en una clase de arte que en una de lengua... ¡Es tan divertido! Me ha encantado que nos repartieran unos cuadernitos de caligrafía que utilizan los niños chinos para aprender a escribir. Dice Shi Yi que los chinos son gente paciente y que está convencida de que esta cualidad se aprende también con la lengua. Repiten una y otra vez estos pictogramas hasta conseguir su perfección, siguiendo siempre el mismo orden, no dejándose ningún trazo.

Otro aspecto que me resulta totalmente fascinante son los cuatro tonos que presentan las vocales en esta lengua. Es sorprendente oir el tono más "plano"; personalmente, me parece como si estuvieran cantando. Inmediatamente, me vinieron a la mente aquellas noches de verano en Xian donde muchísima gente se congregaba en los parques para cantar y bailar. Aunque muchos occidentales no lo dirían, ni yo misma tampoco hasta ayer, después de esta primera sesión pienso que el chino es en realidad como música, sólo que a una escala que los occidentales no estamos acostumbrados.

No soy una persona auditiva, en absoluto. Más bien, me aterra un poco ese estilo de aprendizaje, pero me huele que me voy a tener que esforzar y poner cierto empeño en estas sesiones. Me parece incluso, que tendré que echar mano del el método audiolingual... ¡con lo desfasado que yo creía que estaba! ¿Y de mi memoria? Indudablemente tengo que recuperarla... ¡la eché tanto de menos en la sesión de ayer! Era incapaz de recordar tres palabras seguidas: wo hen hao, ni ne? (estoy muy bien, ¿y tú?) ¡me parecía imposible de retener! Agradezco que Shi Yi nos recomendara una página en línea que han creado en el Instituto Confucio y a la que creo que recurriré con frecuencia en los próximos meses.

Ahora me doy cuenta de la importancia de programas como el AVE (Aula Virtual de Español) para nuestros alumnos, sobre todo, para los de nivel incial. Me percato de la seguridad que les debe de dar ver que tienen esa infinidad de material a su disposición; un material que pueden hacer una y otra vez, sobre todo, en aquellos cursos en los que solo tienen clase una vez por semana, como es también mi caso.

Asimismo, y ya desde la perspectiva docente, no pude evitar pensar en lo acostumbradísima que estoy a los errores y dificultades del alumnado serbio y cuánto cambio me supondría empezar a trabajar con estudiantes de una nacionalidad diferente. Realmente, eso implicaría todo un nuevo estudio de dificultades con las que enfrentarme y sobre las que trabajar. Me ha soprendido, por ejemplo, que no exita la b, pero si haya dos variedades de p. Todavía no conozco todo el alfabeto, pero ya he visto que hay sonidos diferentes sobre los que también yo tendré que poner cierto empeño, aunque me ha parecido ver que algunos se asemejan muchísimo a los del serbio, por lo que habrá que recurrir a mi competencia interlingüística.

Y finalmente, otro punto sobre el que no he podido evitar pensar era la relevancia de la lengua materna del estudiante y la lengua vehicular de la clase. ¿Qué habría hecho yo ayer de no haber hablado la profesora español? No la hubiera entendido en absoluto, lo cual creo que puede resultar frustrante en ciertos casos. ¿Cómo deben de reaccionar los alumnos chinos cuando ven que su profe del Cervantes es incapaz de pronunciar una palabra en chino? ¿Y cuán desorientado debe sentirse el profesor ante un ambiente en el que no entiende absolutamente nada? ¿En el que se está perdiendo toda la reflexión que están haciendo sus alumnos y no puede ayudarlos o encaminarlos? De eso, me he ido dando cuenta en Serbia con el paso de los años, de cómo mi conocimiento de la lengua del alumno me ha hecho ser mejor profesora en cuanto a que puedo intervenir en su proceso de aprendizaje cuando reflexiona, cuando organiza su conocimiento. Me parece importantísimo. Pero bueno, a falta de conocimientos de chino, tendré que empezar a echar mano del contexto y de mis estrategias de inferencia, que no es poca cosa. De hecho, ya al final de la clase era capaz de entender algo que la profesora repetía habitualmente y que yo había aprendido en otra construcción: hao, hao (algo así como muy bien, muy bien). ¡Qué ilusión!

¿Por qué estudio chino?

Ayer fue mi primera clase de chino. Yo misma me sorprendí al verme sentada en aquel aula, y sobre todo, cuando me preguntaron por qué estaba allí. En esos momentos me di cuenta de que había llegado casi casi por casualidad, sin haberlo meditado demasiado. Lo decidí una noche a la 1 am, ya a punto de meterme en la cama y después de tener una conversación con mi hermana en la que la animaba a inscribirse a clases de inglés durante su estancia en Londres no sólo para aprender la lengua sino también para socializar.

Y así, el pensamiento me llevó a pensar que a mí también me iría muy bien meterme en clases de algún idioma para ampliar mi vida social aquí en Madrid. La duda entonces: ¿continuar con el francés? ¿recuperar el alemán? ¿mejorar el inglés? ¿empezar con el chino?... ¡chino!, ¡sí, chino! Tengo razones: Me encantó China cuando la descubrí hace un par de años, se me ha pasado últimamente bastantes veces el pedirme el traslado a Pekín, quiero volver para seguir conociéndo el país y muchos de sus rincones, me apetece probar algo nuevo, sobre todo, en materia de lenguas,... Así que ahí me di cuenta de que tenía que hacerlo. Y, ni corta ni perezosa, me matriculé en el curso de nivel 1 en el Instituto Confucio de Madrid aquella mismísima noche.

Y aquí estoy, encantada con la decisión. Además, y desde el punto de visa profesional, creo que la experiencia me va a aportar muchísimo. Tengo mucha curiosidad por ver qué estrategias voy a estar activando a la hora de aprender una lengua tan lejana a las que estoy acostumbrada. El tema de las estrategias me interesa muchísimo y nada como vivirlas de primera mano para ver después como trabajar con ellas en el aula. Así que ¡manos a la obra!