Ayer fue mi primera clase de chino. Yo misma me sorprendí al verme sentada en aquel aula, y sobre todo, cuando me preguntaron por qué estaba allí. En esos momentos me di cuenta de que había llegado casi casi por casualidad, sin haberlo meditado demasiado. Lo decidí una noche a la 1 am, ya a punto de meterme en la cama y después de tener una conversación con mi hermana en la que la animaba a inscribirse a clases de inglés durante su estancia en Londres no sólo para aprender la lengua sino también para socializar.
Y así, el pensamiento me llevó a pensar que a mí también me iría muy bien meterme en clases de algún idioma para ampliar mi vida social aquí en Madrid. La duda entonces: ¿continuar con el francés? ¿recuperar el alemán? ¿mejorar el inglés? ¿empezar con el chino?... ¡chino!, ¡sí, chino! Tengo razones: Me encantó China cuando la descubrí hace un par de años, se me ha pasado últimamente bastantes veces el pedirme el traslado a Pekín, quiero volver para seguir conociéndo el país y muchos de sus rincones, me apetece probar algo nuevo, sobre todo, en materia de lenguas,... Así que ahí me di cuenta de que tenía que hacerlo. Y, ni corta ni perezosa, me matriculé en el curso de nivel 1 en el Instituto Confucio de Madrid aquella mismísima noche.
Y aquí estoy, encantada con la decisión. Además, y desde el punto de visa profesional, creo que la experiencia me va a aportar muchísimo. Tengo mucha curiosidad por ver qué estrategias voy a estar activando a la hora de aprender una lengua tan lejana a las que estoy acostumbrada. El tema de las estrategias me interesa muchísimo y nada como vivirlas de primera mano para ver después como trabajar con ellas en el aula. Así que ¡manos a la obra!
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