lunes, 28 de noviembre de 2011

¿Ir o no ir? Ese es el dilema

Este viernes pasado no fui a chino. Estaba saturada, de mal humor, y pensé que necesitaba tiempo para mí. Ir a clase me iba a suponer enfadarme más conmigo misma y con la profe. Me cuesta aguantar esas 3 horas del tirón sin tiempo para asimilar y a una velocidad a la que mi cerebro (¿ya?) no puede procesar. Así que finalmente decidí que, para ir a regañadientes a una sesión en la que se iba a hacer una actividad del manual tras otra, sin explicación interesante alguna, sin aportación enriquecedora alguna, mejor me quedaba en casa y hacía lo mismo pero a mi ritmo, tranquilita.

La tarde pasó de ser oscura, a ser una bonita tarde de viernes. Interesante. Desestresante, sin duda. Me encanta hacer caligrafía. Me relaja muchísimo. Y, sobre todo, me alegraba saber que me había perdido poco. Es más, sé que gané mucho. Disminuí la ansiedad que me estaba causando el curso últimamente porque no puedo seguir el ritmo, porque llevo dos semanas con el chino medio abandonado, porque tengo muchos cabos sueltos que necesito ir atando yo misma... Y eso fue a lo que me dedique. A ir cierrando lagunas.

Sin embargo, no puedo evitar pensar en la "derrota" que ha de significar para un profesor el que un alumno prefiera quedarse en casa antes que asistir a clase. Para mí, es ahí donde está el valor añadido de una enseñanza de calidad: cuando el alumno siente que no puede perderse una clase, que no quiere dejar de ser partícipe de eso que hoy van a vivir sus compañeros, de todo lo que van a descubrir, a construir... Y, desde luego, yo no me siento así. Definitivamente, la implicación del alumno en el proceso de enseñanza-aprendizaje y la motivación son y han de ser valores clave de una enseñanza, para mí, de calidad. Algo por lo que como docentes, debemos velar en cada una de nuestras sesiones.

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